martes, 4 de noviembre de 2008

Máscaras

Así como en el inicio del teatro los actores usaban máscaras para representar sus personajes, Jung propone que todos tenemos una máscara propia que llamó “Persona”. Se trata de todos esos papeles que desempeñamos en la vida diaria que forman un personaje que creamos para movernos en el mundo (ej. Soy rico, soy pobre, soy economista, soy intelectual, soy alegre, soy blogger ; ) etc.).

La Persona no es una creación de nuestra conciencia. Su formación depende de múltiples factores y comienza desde la infancia. Las expectativas de los padres, el número de hermanos, el lugar que se ocupa en la familia, son todos determinantes, entre muchos otros, de los factores que nos llevan a actuar de una u otra forma en la vida.

La sociedad y el medio en el que nos movemos tienen un valor fundamental no solo en la formación sino también en la permanencia de la Persona, lo que quiere decir que sin la referencia social este papel no sobrevive porque necesita ser reconocido por los otros para continuar actuando su personaje. Por eso la Persona no tiene origen solamente en la individualidad, sino también en la colectividad.

En una sociedad como la nuestra, es muy común encontrar gente que todo el tiempo está mostrando cuánto tiene en términos de plata, viajes, propiedades, títulos académicos, etc.

Quién no ha conocido gente que sólo habla de sí misma y se encarga, en sólo algunos minutos de conversación, que uno se entere del carro que tiene, el alto nivel de gastos que maneja, las vacaciones al otro lado del mundo con su familia, los cuatro doctorados, etc.

Esto es tan común porque ese es el tipo de cosas que se interpretan como logros y éxitos en nuestra sociedad.

Sin embargo, detrás de esa actitud presumida y muchas veces molesta, generalmente hay una identificación con la Persona. Es decir, cuando alguien logra reconocimiento y éxito en su entorno, es posible que el ego se identifique con ese papel que juega el individuo.

En ese caso, la Persona se convierte en protagonista de la identidad, lo que quiere decir que nos creemos el cuento que somos eso que mostramos o que pretendemos ser. Es decir, “somos” la plata que tenemos, o los viajes que hemos hecho, o los premios que hemos ganado, o el cargo directivo que tenemos, etc., etc. (Dicen que John F. Kennedy exigía que incluso su familia en privado lo llamara Sr. Presidente).

Pero la identificación con la Persona no sólo se presenta frente a cosas como la plata y los éxitos profesionales, aunque en nuestra sociedad creo que es lo más común.

Existen otros tipos de identificación con la Persona como el caso muy conocido también del gurú o salvador, que está convencido que con su “espiritualidad” puede salvar a todos los que se acerquen a él, generalmente dando paso a sectas y congregaciones religiosas alrededor de su figura mística. Esto sólo para mostrar que existen muchas otras posibilidades de identificación con la Persona.

Esa identificación del ego con la Persona nos lleva a tener cierta “sensación de seguridad” en la
que sentimos que tenemos todo bajo control. Pero el riesgo de esa identificación es alto ya que se opone al proceso de buscar nuestra propia individualidad y entender quiénes somos en esencia, lo que incluso puede llevar a conflictos y neurosis.

Como decía al comienzo, todos tenemos una Persona y afortunadamente es así porque es una función importantísima para relacionarnos con el mundo y adaptarnos a nuestro entorno. Pero en el punto en el que se convierte en un obstáculo para el desarrollo psicológico y espiritual, vale la pena dar una revisada a esa máscara con la que nos estamos identificando.

Quiero aclarar que cuando existe esta identificación no hay una intención de “engañar” a los otros para que crean que se es lo que se pretende ser. Ese es otro caso…

Estas personas realmente sienten que son eso, sin querer engañar a nadie. Y por eso se encargan de que todo el mundo a su alrededor se entere.

Hace poco oí a una psicoanalista brasilera hablando sobre la diferencia entre seguridad y prepotencia. Quien es seguro reconoce sus debilidades y no tiene miedo de expresarlas. Quien es prepotente nunca demuestra sus temores y los esconde al máximo.

Cuando el ego se identifica con la Persona, la gente se muestra infalible y ante cualquier cuestionamiento de sus logros o imagen reacciona con agresividad. Claro que tiene que reaccionar así, ¡si toda su identidad está amenazada!


Terminar con esa identificación no es una tarea fácil, entre otras cosas porque es inconsciente y porque implica la ardua labor de enfrentarse a las inseguridades y la vulnerabilidad de cada uno y confrontarse con la Sombra (todos aquellos contenidos que no reconocemos como propios y de los que no nos sentimos orgullosos pero que hacen parte de nosotros a nivel inconsciente).

El reconocimiento de esos elementos que no hacen parte de nuestra máscara puede cambiar la manera como nos relacionamos con nosotros mismos y con el entorno dando paso al surgimiento de una nueva identidad. La Persona siempre existirá, pero la identificación con ella no necesariamente, lo que es fundamental en el camino hacia la individuación.

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