En el marco del congreso de la AJB (Asociación Junguiana del Brasil), tuve la oportunidad de asistir a la excelente conferencia del Dr. Luigi Zoja sobre las raíces arquetípicas de los espectáculos de violencia. En su conferencia, el Dr. Zoja explicó cómo en Grecia la idea de espectáculo implicaba un papel activo y confrontativo por parte del espectador.
Quienes asistían a las representaciones de las tragedias griegas originales se identificaban con las historias que cuentan los más profundos conflictos humanos. Y hasta hoy es así, porque no es posible no “ser tocado” por estas historias arquetípicas en las que los dramaturgos griegos exploraron lo más esencial de los seres humanos.
Sin embargo, posteriormente los romanos transformaron este concepto de espectáculo en otro tipo de entretenimiento, donde el objetivo no era cuestionar y confrontar al público, sino simplemente distraerlo. Así nació el Circo Romano en donde el pueblo se reunía para presenciar el enfrentamiento de animales salvajes con guerreros o de gladiadores entre sí. Estos últimos eran entrenados para dar un espectáculo sangriento al público sin mostrar el más mínimo miedo a la muerte.
El público frenético sólo tenía que mostrar su dedo pulgar hacia abajo o hacia arriba si quería que el gladiador de turno fuera asesinado o su vida fuera perdonada. Generalmente era aquel gladiador que con heridas de muerte sonreía y animaba a los espectadores, quien ganaba el favor del público.
De esa manera, de un espectador activo, tocado y conmovido en el teatro griego, pasamos a un espectador pasivo, sin confrontación ni cuestionamiento, que sólo quería entretenerse, sin ninguna elaboración de cómo se entretenía.
Hoy en día, desafortunadamente, son pocos los espectáculos “griegos” y muchos los “romanos” que nos ofrecen los medios. Hablamos del circo romano y de los enfrentamientos entre los gladiadores de manera despectiva y nos parece una barbarie lo que sucedía en esos encuentros. Sin embargo, los medios nos presentan un circo romano todos los días y nosotros nos sentamos pasivamente a “divertirnos”.
Es increíble que la televisión, por mencionar sólo uno de los múltiples medios de comunicación a los que tenemos acceso hoy en día, está cada vez más diseñada para espectadores que no piensen por sí mismos. El mayor rating lo tienen los programas que no exigen del televidente ningún tipo de elaboración mental o interpretación intelectual. Es el equivalente de comida chatarra para nuestra mente y alma.
Y ponerlo en esos términos me lleva a una reflexión bastante inquietante. En mi caso particular no voy a decir que no me gusta la comida chatarra porque estaría diciendo una gran mentira, ¡me encanta! Una buena hamburguesa o una pizza es una delicia, cómo lo voy a negar. Sin embargo, cuando como una hamburguesa con malteada y papas, tengo alguna conciencia que me impide hacerlo de nuevo por lo menos por una o dos semanas (lo cual ya es excesivo...). No soy capaz de comer comida chatarra todos los días, no porque no me guste, si no porque sé que no es precisamente saludable para mi cuerpo y que después de unos días me voy a enfermar.
El problema es si tenemos esa misma conciencia para no consumir “entretenimiento chatarra” todos los días… es terrible, pero es un envenenamiento tan grave como el de llenarnos de colesterol y grasas saturadas. Lo estamos haciendo todos los días ni más ni menos que con nuestra alma…
Está lejos de mí convertir este blog en una especie de “ayuda espiritual” o recetas para “ser mejor” cada día. Nada por el estilo. Primero porque no tengo ningún tipo de autoridad para hacerlo y segundo porque no me interesa decirle a otras personas lo que deben hacer o pensar… cómo voy a saberlo. Por eso hablo por mí, y cuento mis reflexiones sin el menor interés de catequizar a nadie.
Es sólo que en estos días he estado muy atenta a esa saturación de mensajes que recibimos de los diferentes medios, y el panorama es desolador.
Por supuesto que no toda la televisión es mala. Existe televisión, incluso con fines de entretenimiento, hecha para públicos inteligentes, con capacidad de crítica, de interpretación, de simbolización y de análisis. El problema es que en estos días es un “acto heroico” quedarse viendo este tipo de programas y no pasar el canal para ver el enlatado de turno, entre muchas otras y deprimentes posibilidades.
Tal como los espectadores romanos, que tan salvajes nos parecen, con nuestro pulgar manejamos un control remoto para entretenernos pasivamente, mientras no hacemos otra cosa que “estupidizarnos”.
Entiendo el argumento de muchas personas que después de un día de trabajo o de estudio sólo quieren llegar a la casa a descansar y no a pensar. Puede ser. Pero sólo digo que no es necesario que apaguemos el “espectador activo” que es capaz de discernir si lo que consume tiene algún sentido para nosotros como personas o como especie.
Sólo digo que si no somos capaces de comer hamburguesas todos los días, nuestra psique tampoco es capaz de digerir tanta información chatarra y así como nuestro cuerpo se enferma, nuestra mente se atrofia y se desnutre. Incluso nuestras conexiones neuronales se adaptan al tipo de procesamiento que es más frecuente para nosotros.
Entonces, después de todo esto, ¿qué tal una dieta de “comida chatarra para el alma”?
Quienes asistían a las representaciones de las tragedias griegas originales se identificaban con las historias que cuentan los más profundos conflictos humanos. Y hasta hoy es así, porque no es posible no “ser tocado” por estas historias arquetípicas en las que los dramaturgos griegos exploraron lo más esencial de los seres humanos.
Sin embargo, posteriormente los romanos transformaron este concepto de espectáculo en otro tipo de entretenimiento, donde el objetivo no era cuestionar y confrontar al público, sino simplemente distraerlo. Así nació el Circo Romano en donde el pueblo se reunía para presenciar el enfrentamiento de animales salvajes con guerreros o de gladiadores entre sí. Estos últimos eran entrenados para dar un espectáculo sangriento al público sin mostrar el más mínimo miedo a la muerte.
El público frenético sólo tenía que mostrar su dedo pulgar hacia abajo o hacia arriba si quería que el gladiador de turno fuera asesinado o su vida fuera perdonada. Generalmente era aquel gladiador que con heridas de muerte sonreía y animaba a los espectadores, quien ganaba el favor del público.
De esa manera, de un espectador activo, tocado y conmovido en el teatro griego, pasamos a un espectador pasivo, sin confrontación ni cuestionamiento, que sólo quería entretenerse, sin ninguna elaboración de cómo se entretenía.
Hoy en día, desafortunadamente, son pocos los espectáculos “griegos” y muchos los “romanos” que nos ofrecen los medios. Hablamos del circo romano y de los enfrentamientos entre los gladiadores de manera despectiva y nos parece una barbarie lo que sucedía en esos encuentros. Sin embargo, los medios nos presentan un circo romano todos los días y nosotros nos sentamos pasivamente a “divertirnos”.
Es increíble que la televisión, por mencionar sólo uno de los múltiples medios de comunicación a los que tenemos acceso hoy en día, está cada vez más diseñada para espectadores que no piensen por sí mismos. El mayor rating lo tienen los programas que no exigen del televidente ningún tipo de elaboración mental o interpretación intelectual. Es el equivalente de comida chatarra para nuestra mente y alma.
Y ponerlo en esos términos me lleva a una reflexión bastante inquietante. En mi caso particular no voy a decir que no me gusta la comida chatarra porque estaría diciendo una gran mentira, ¡me encanta! Una buena hamburguesa o una pizza es una delicia, cómo lo voy a negar. Sin embargo, cuando como una hamburguesa con malteada y papas, tengo alguna conciencia que me impide hacerlo de nuevo por lo menos por una o dos semanas (lo cual ya es excesivo...). No soy capaz de comer comida chatarra todos los días, no porque no me guste, si no porque sé que no es precisamente saludable para mi cuerpo y que después de unos días me voy a enfermar.
El problema es si tenemos esa misma conciencia para no consumir “entretenimiento chatarra” todos los días… es terrible, pero es un envenenamiento tan grave como el de llenarnos de colesterol y grasas saturadas. Lo estamos haciendo todos los días ni más ni menos que con nuestra alma…
Está lejos de mí convertir este blog en una especie de “ayuda espiritual” o recetas para “ser mejor” cada día. Nada por el estilo. Primero porque no tengo ningún tipo de autoridad para hacerlo y segundo porque no me interesa decirle a otras personas lo que deben hacer o pensar… cómo voy a saberlo. Por eso hablo por mí, y cuento mis reflexiones sin el menor interés de catequizar a nadie.
Es sólo que en estos días he estado muy atenta a esa saturación de mensajes que recibimos de los diferentes medios, y el panorama es desolador.
Por supuesto que no toda la televisión es mala. Existe televisión, incluso con fines de entretenimiento, hecha para públicos inteligentes, con capacidad de crítica, de interpretación, de simbolización y de análisis. El problema es que en estos días es un “acto heroico” quedarse viendo este tipo de programas y no pasar el canal para ver el enlatado de turno, entre muchas otras y deprimentes posibilidades.
Tal como los espectadores romanos, que tan salvajes nos parecen, con nuestro pulgar manejamos un control remoto para entretenernos pasivamente, mientras no hacemos otra cosa que “estupidizarnos”.
Entiendo el argumento de muchas personas que después de un día de trabajo o de estudio sólo quieren llegar a la casa a descansar y no a pensar. Puede ser. Pero sólo digo que no es necesario que apaguemos el “espectador activo” que es capaz de discernir si lo que consume tiene algún sentido para nosotros como personas o como especie.
Sólo digo que si no somos capaces de comer hamburguesas todos los días, nuestra psique tampoco es capaz de digerir tanta información chatarra y así como nuestro cuerpo se enferma, nuestra mente se atrofia y se desnutre. Incluso nuestras conexiones neuronales se adaptan al tipo de procesamiento que es más frecuente para nosotros.
Entonces, después de todo esto, ¿qué tal una dieta de “comida chatarra para el alma”?
1 comentario:
Está buenísimo tu blog, y me identifico contigo en la necesidad de buscar otros alimentos para el alma.
La gente como dices en este mundo convulsionado ya no tiene tiempo para alimentar el alma. Así como comemos sin ritual, sin preparación, sino por echarle algo al estómago, horriblemente hacemos lo mismo con nuestra alma. No nos detenemos, no buscamos lo que la haga sentir bien, no creamos nuevas recetas, no disfrutamos el olor y el sabor de la vida.
María Claudia Munévar
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