En una de las conferencias del congreso de la AJB, Leonardo Boff hablaba sobre cuánto disfrutaba de vez en cuando ir a algún centro comercial, para dar un “paseo socrático por el shopping”, ya que allí puede ver todo lo que NO necesita para vivir.
Me encantó esta manera de decirlo pues realmente sólo basta ir a un centro comercial, nuevos puntos de encuentro de la modernidad, para ver cuán consumista y capitalista es nuestra sociedad.
Por supuesto, esa actitud siempre se ha criticado y a las personas consumistas, se les tacha de materialistas, superficiales, vacías, etc., etc. De hecho las compras compulsivas son una problemática muy común en terapia.
A propósito, hace poco supe de una estrategia bastante llamativa que se está utilizando en algunos casos de personas que son compradoras compulsivas. La idea es meter la tarjeta de crédito con agua en una hielera y congelarla de manera que quede en medio de un cubo de hielo. Así, cuando la persona siente la compulsión por ir de compras, tiene que sacar el hielo y esperar a que se derrita para poder llevarse la tarjeta. Pero después de esperar a que el hielo se derrita probablemente habrá pasado la compulsión (bastante extraño, yo sé).
Lo cierto es que, aunque sea un problema tan generalizado en estos días, el consumismo material no es el único que existe, aunque sí es el más satanizado.
Siempre se ha hablado de lo espiritual como lo que se contrapone al materialismo. En nuestra sociedad, la búsqueda de crecimiento espiritual es considerada positiva y las personas que emprenden esa búsqueda generalmente son valoradas en sus contextos sociales.
Pero esa búsqueda no siempre nos lleva a ser mejores personas o a conocernos mejor, ya que puede ser producto de un consumismo tan exacerbado como aquel que tanto se critica cuando se trata de comprar ropa, joyas, carros, zapatos, etc.
Vivimos en una sociedad tan exigente en términos económicos y tan “castradora” en términos espirituales, que pienso que esto ha desencadenado en muchas personas la necesidad de encontrar un espacio para lo espiritual como sea. Y cuando digo como sea es como sea…
En los últimos años han venido tomando fuerza toda clase de terapias alternativas, nuevas religiones, libros de autoayuda, grupos de apoyo sobre los temas más diversos, etc. etc.
Esto responde a una ausencia profunda de sentido, a un no saber para qué o para dónde vamos y me parece completamente válido y comprensible que así sea.
Pero cuando la búsqueda por respuestas, por tranquilidad, por autodescubrimiento, está ligada a la participación compulsiva (generalmente asociada a inversiones económicas nada despreciables), en talleres, terapias, religiones, ¿no estamos hablando de consumismo también?
Conozco varias personas que siempre están intentando algún nuevo tipo de yoga, asistiendo a charlas sobre caracterología, leyendo sobre velas, Feng Shui y Tao y asistiendo cada quince días a talleres de crecimiento personal con algún gurú que está de paso por el país y que probablemente ayudará en el camino a la iluminación. Todo esto una misma persona al mismo tiempo.
Quiero decir que no tengo nada contra el yoga o contra cualquier otra técnica milenaria de
meditación y desarrollo espiritual y en general contra nada de lo que mencioné. Es sólo que cuando es todo al tiempo y sin un eje conductor coherente, creo que es bastante sospechoso. De hecho, me parece que de alguna manera es equivalente a comprar 10 pares de zapatos al mes y es por eso que lo llamo consumismo espiritual.
Por supuesto que me estoy refiriendo acá a esa búsqueda descontrolada de lo espiritual y no al interés genuino de muchas personas por su desarrollo personal, que en muchos casos se logra de la mejor manera, afortunadamente.
Pero cuando se trata de consumismo, muchas veces sucede por falta de orientación o claridad y por querer intentarlo todo, y otras veces sucede porque la “búsqueda espiritual” trae consigo cierto estatus.
Y entre otras muchas consecuencias, esto genera una banalización de prácticas espirituales milenarias o de escuelas terapéuticas de gran valor.
Pero el consumismo tiene muchas caras y los terapeutas no estamos exentos.
Para quienes nos interesamos por el análisis junguiano por ejemplo, probablemente no está entre las prioridades tener el carro último modelo, hacernos cuanta cirugía estética exista, o comprar la ropa de marca. Sin embargo, somos consumistas de otra manera.
Es impresionante el montón de libros que se vendieron en el Congreso de la AJB en septiembre pasado. Me quedé observando por un largo rato cómo los dos vendedores de turno prácticamente no daban abasto con las decenas de personas que querían comprar toda clase de libros sobre Psicología Analítica y afines. Sin duda la selección era excelente, estaba allí todo lo que un junguiano podría querer tener en su biblioteca.
No puedo negar que la tentación era inmensa, porque incluso había libros que
difícilmente se consiguen. Así que me encontré a mí misma con unos 4 libros en mis manos y haciendo cálculos mentales de cuánto podría gastar. Pero un momento después me di cuenta que era una acción más compulsiva que otra cosa. Así que pensé: “tengo unos 5 libros nuevos, todavía sin desempacar en casa y no voy a seguir aumentando la lista”. Dejé los libros, no sin esfuerzo, y me alejé del punto de venta improvisado en medio de uno de los pasillos del hotel del congreso. Esos libros que no compré, probablemente habrían pasado un buen tiempo en mi biblioteca sin ser leídos, mientras evacúo la lista de libros pendientes. En resumen, cuando los necesite y tenga tiempo y plata los compro, ¿antes para qué?
Por supuesto no estoy criticando el gusto por la lectura ni los maravillosos libros que se pueden encontrar sobre Psicología Analítica o sobre cualquier tema en estos días. Pero en el momento en el que nos volvemos compradores compulsivos de “conocimiento” no podemos menos que reconocernos como consumistas también. A esto le llamo consumismo intelectual, para diferenciarlo del consumismo espiritual y del consumismo material, al que tan acostumbrados estamos.
Pienso que los analistas, los intelectuales, los académicos, y todos los
especímenes :) que creemos y queremos estar interesados por el conocimiento, tenemos que tener un nivel de conciencia alto a la hora de “hacer compras” para no convertirnos en consumistas intelectuales.
Es por esto que, aunque no justifico el consumismo material, me parece que estamos pecando por proyectar todo en él y no aceptar que hacemos parte de una sociedad donde las compras compulsivas de carácter “espiritual” o “intelectual” también están presentes, pero a diferencia del consumismo material, son aceptadas y peligrosamente valoradas socialmente.
Frente a esto el único remedio posible es tener el criterio para saber en qué vale la pena invertir en cada momento, qué nos lleva a hacer esa compra y si el “producto” que vamos a adquirir realmente nos va a ser útil, aunque extrañamente estemos hablando de conocimiento y espiritualidad.